sábado, 18 de junio de 2011

Irene

Para resguardar su identidad prometí no poner más que su nombre real. Ni el de su hijo, ni fotos. Solo su testimonio.

La conozco desde hace más de tres años. La cruzo casi todos los días en la esquina de mi casa. Muchas veces busqué su mirada, pero ella y alguna de las otras chicas que paran ahí, me la esquivaron. No me dí por vencida, no por chusma, si no porque ellas están ahí todos los días, o casi todos, son parte del barrio y como vecinas las saludé insistentemente hasta lograr que me miraran a los ojos.

Mi hijo se encariñó con Irene. Primero saludándola, después charlando con ella… hasta que un día se lanzó a upa a darle un abrazo porque hacía días que no la veía.

Desde ese momento se generó una relación especial entre los tres. Cruzar algunas palabras con ella todas las mañanas me encanta, es una mujer con una luz especial y esperé el momento de poder invitarla a tomar mate a casa para que nos conociéramos un poco más. Yo abriéndole las puertas de mi casa, ella las de su vida.

Irene viene de Paraguay, son 12 hermanos. Todos seguidos. Su mamá estaba siempre amamantando a uno y con otro en la panza. Irene recuerda de esa época la cantidad de pañales con diarrea que lavaban en el arroyo. Porque la leche de su mamá embarazada les generaba interminables diarreas a los que aún tomaban el pecho.

El problema es que su papá no quería que la madre se cuidara, así que recién después de parir a su hijo número 12, y a escondidas, decidió ponerse un DIU.

Los recuerdos de su infancia se parecen más a los de una mujer adulta. Ella y su hermana, ayudaban a cuidar a sus hermanos menores. Mamá mataba el chancho con sus propias manos y ellas cocinaban y limpiaban para que esté todo en orden cuando llegara papá. Una llegada que no esperaban, porque eso implicaba que empezara a tomar y repartir golpes a quien se cruzara en su camino.

El único momento de paz, era una vez por semana, cuando montaban en burro y partían al arroyo a lavar la ropa, llevaban un alambre que colgaban para secar la ropa y aprovechaban para bañarse.

A los 15 consiguió trabajo en la casa de una familia. Fue a una fiesta y conoció a un hombre, más grande y muy caballero. Poco tiempo después, su madre mandó un permiso a Asunción para que Irene pudiera casarse. Se embarazó enseguida. ¨Antes las mujeres no hablaban de nada, yo no sabía cómo tenía que cuidarme¨.

El romance duró poco. Su marido empezó a tomar, igual que su papá, y ella era el blanco de los golpes… con panza y todo. Aguantó dos años pensando que iba a cambiar, hasta que decidió que ella se había escapado de su casa por un golpe y no iba a quedarse en esa otra casa recibiendo el mismo trato.

Consiguió atender la cantina de una escuela y con esa plata empezar a levantarse sola. Aunque la necesidad de cariño la llevó a darle una nueva oportunidad a su marido. Él prometió cambiar, pero esa misma noche, después de conversar sobre lo que a ella le molestaba, él tomó y la golpeó con más fuerza aún recordando cada una de las palabras.

No le dió más oportunidades. Siguió sola adelante, con su hijito y con muchos otros adoptivos que iba a comer a su bar en la escuela.

Un tiempo más tarde volvió a enamorarse y tuvo otro hijo más, pero a diferencia del primero, que era un chico obediente, colaborador… este segundo era más rebelde y se negaba a ir al colegio. Irene necesitaba una solución, el más grande ya estaba encaminado, pero el chiquito le daba miedo. Así que su hermano le ofreció una casa en Buenos Aires y se lo trajo para acá.

Y otra vez empezar de cero, con dos criaturas. Trabajó en casas de familias, pero de golpe se quedó sin nada y había que pagar las cuentas de la casa y dar de comer a los chicos.

Una amiga le propuso venir a la capital, le dijo que no era un buen trabajo pero que había plata.

Irene no le pone nombre a lo que hace. No hace falta, ella sabe que yo lo sé, y a ella le duele nombrarlo. Es su secreto más grande. Nadie supo en estos seis años cómo gana plata mamá. Solo saben que sale muy temprano de Bella Vista y viaja en tren casi una hora hasta la esquina en la que para. Alrededor del mediodía se va a la casa, lava la ropa a mano, como en aquel arroyo en Paraguay, y dice que eso y ordenar la casa la ayudan a no pensar en lo que hizo durante la mañana.

A la tarde va al colegio, quiere terminarlo. Y a la noche cocina para el más chico de sus hijos o visita a sus nietos primerizos. Su hijo más grande terminó el colegio, estudió un oficio y es la mano derecha de un arquitecto. Se le llena de luz la cara cuando habla de él. Tiene su casa, su esposa y una hija hermosa que nació con problemas del corazón pero que de a poco va mejorando.

Ahora que sus hijos son grandes, Irene tiene dos sueños contradictorios. Por un lado quiere volver a Paraguay, como si estar allá la ayudara a dejar atrás estos seis años de secretos y de una vida que no eligió, pero que la ayuda a llevar plata a casa, darle una mano a sus hijos y hasta mandar plata para su mamá, que a los 80 años trabaja cosiendo para los vecinos, así puede mantener su granjita y su marido. Ese que tantos disgustos le dió, pero que hasta hoy (y siempre) seguirá siendo su marido.

Su otro sueño es volver a trabajar en una casa de familia en Buenos Aires, cerca de sus hijos; limpiando, planchando, cualquier cosa menos esto….

Cuando Irene se fue de casa no pude evitar que se me cayeran algunas lágrimas. Conozco muchas ¨Irenes¨, su vida no me sorprende y aunque vea que la cuenta con tanta entereza, sé que es la coraza que necesita para subirse al auto de un desconocido todos los días y poner su cuerpo al servicio de otro. Y su sueño no es tan distinto de eso que está haciendo ahora, porque agacharse a fregar los pisos de una casa que no es la tuya también es estar al servicio de otro. La diferencia es que ese trabajo ella lo puede nombrar, lo puede disfrutar. Le gusta cuidar chicos… se nota, mi hijo la adora, corre a sus brazos, le pide de ir a su casa y le cuenta cuando se cae para que ella le haga un mimo.

Los dos padres de sus hijos nunca más aparecieron. Ellos tampoco preguntan. Saben que mamá hizo el trabajo por los dos. Pero la enorgullece lo buen padre que es su hijo primerizo. Sabe que hizo su trabajo bien. Lo sacó a su hijo de una casa y un vínculo violento, cosa que su madre nunca pudo lograr. Ese es su mayor orgullo. Ese es el ejemplo para muchas mujeres que por miedo se quedan atadas a un matrimonio violento. Agarró a su hijo y salió a defender la vida.

Desde ese mate, cuando la saludo a Irene, deseo con todas mis fuerzas que su deseo se cumpla y pueda elegir su vida y abandonar esto que le tocó.

3 comentarios:

  1. A veces en familias no tan desestructuradas hay acontecimientos similares que esconden vivencias que por más que quieres valorar, dejas pasar al creer que no tienen tanto valor como el que estas leyendo .......Sin embargo no dejan de ser importantes.

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  2. Genial la nota!!! Y la de Adriana y Manuel que no la había leído también!! Hay muchos obtetras que no te dan esa información y en los cursos tampoco!

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  3. Esos mates que encierran tantas conversaciones... que haríamos sin esos mates... Ánimo para Irene desde este lado de la pantalla yo también deseo que sus sueños se cumplan. Mariel sigue escribiendo así, te expresas de maravilla, seguiré mis lecturas contigo,

    LeoNetta y Arnau

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