jueves, 9 de agosto de 2012

Sol y Agustín


Aunque no hacía mucho que se había hecho señorita, Sol a los 13 ya era toda una mujer. Y con esto no me refiero a lo que implica hormonalmente sino a que a esa edad Sol ya tenía responsabilidades de adulta. Su papá se había suicidado cuando tenía 11 años y su mamá sufría inestabilidades laborales y emocionales que la hacían tambalear a la hora de cuidar de sus tres hijos. Así que se acostumbraron a vivir un poco con sus abuelos y un poco con ella. Si la relación madre – hija suele ser un tanto conflictiva en la adolescencia se imaginan que peor era en una situación como ésta en donde muchas veces comían porque la hija era quien aportaba.
A diferencia de cualquier adolescente, Sol se levantaba temprano para ir al colegio, salía, almorzaba y entraba a la sandwicheria hasta las 21 hs. Por eso, dice, cuando nació Agustín no sintió que le cambió tanto la vida, porque su vida ya no era la de una niña.
Ella lo reconoce, se quedó embarazada por no cuidarse bien, al menos ella en ese momento no sabía que el método que usaba el chico con el que estaba no era seguro y cuando la ginecóloga le explicó que su atraso podía deberse a un embarazo no dudó un segundo en que ya había vida en su vientre.
Pero no fue fácil aprender a cargar con esa vida porque su mamá la había tenido a los 17 años y sentía que si le pasaba lo mismo a su hija no iba a ser bueno. Pero como esa decisión es tan personal Sol decidió seguir con el embarazo cueste lo que cueste. Así que fue en busca de su abuela quien la ayudó a hacer los trámites para que le den la custodia a ella por temor a que si se quedaba con su mamá la obligara a abortar. Cuenta Sol que fue una semana muy complicada, primero porque a esta altura ya estaba de poco mas de tres meses y la panza empezaba a asomar y segundo porque tenía que esconderse el fin de semana anterior a que la orden judicial llegara a su casa para que su madre no hiciera nada antes. El mayor miedo de Sol era que le sacaran a su bebe. Así que hasta que esa orden no llegó la panza no salió. Después de ese fin de semana Agustín se habría sentido liberado y apareció en todo su esplendor...
Cuando todo estuvo claro habló con el papá del bebé quien a pesar de las dudas le dijo de irse a vivir juntos. No eran novios, casi no tenían un vínculo así que si ahora habia una vida que los unía no era necesariamente para obligarse a aprender a quererse. Asi que Sol le propuso compartir todas las responsabilidades pero con la libertad de que cada uno continuara con su vida. Al padre esa idea no le gustó así que en lugar de buscar otras formas desapareció hasta que el bebé estuve fuera de la panza en el hospital. ¨Él llegó, lo miró en la cuna y se puso a ver la tele que estaba en el cuarto¨ recuerda Sol. Por cuatro meses no tuvo más noticias. Un día apareció en la casa donde vivían, ¨lo sentó a upa en la pierna y se puso a mirar tele mientras Agustín lo miraba y le hacía sonrisas¨. Acto seguido Sol se fue a darle el pecho al gordo y cuando volvió se encontró con una bolsa de pañales y $20 en la mesa. Nunca dijo para qué, ni siquiera cuando ella lo llamó para pedirle una explicación. Tampoco volvió a aparecer.
Un día, jugando en la plaza con sus 3 añitos, Agus miró a Sol y le preguntó por el papá… ella sin muchas vueltas le dijo que trabajando y quedó ahí la conversación. Desde que entró al jardín, Sol se obsesionaba por no mandarlo a la sala los días previos al festejo del día del padre para que no sufra por no tener a quien dedicarle el regalo. Pero en sala de 5 comenzando las clases le tocó armar un trabajo sobre como estaba constituida su familia, hasta entonces Maxi (pareja de Sol) era solo Maxi. Pero ese día Agustín quiso cambiar el trabajo y poner en lugar de Maxi: papá. No sabemos que conversaron ambos hombres en la habitación pero a partir de ese día Maxi dejó de ser Maxi para ser Papá Maxi.
Pero al llegar el hermanito las preguntas no se hicieron esperar: ¿Y ahora lo vas a querer más a él porque él es tu hijo de verdad y no como yo? ¿A quién me parezco? A mi me gusta la música ¿a mi papá también le gustaba?
Preguntas difíciles de contestar para un adulto y difíciles de entender para un niño, sin dudas el amor no es igual, aunque tus hijos sean biológicos o no, no los querés a todos por igual porque cada uno es especial, pero cuando uno de tus hijos es tu hijo del corazón ¿cómo explicar esa diferencia en el amor por elección?. Cçomo darle las respuestas a la búsqueda de identidad biológica y cómo llenar el vacío de ese papá que fue elegido por su hijo pero que teme que en algún momento ese amor se desdibuje atrás de la genética.
Agustín es un hombrecito maravilloso, es un sol, es dulce y así como Sol tenía la certeza que ese hijo tenía que nacer más allá de todas las condiciones adversas, yo tengo la certeza de que también está en esta vida para enseñarles algo a su mamá y a su papá… a su papá de corazón. Y también a muchos otros hijos que teniendo un papá biológico presente los han corrido de sus vidas por los dolores que pasaron a causa de ellos.           

martes, 6 de septiembre de 2011

Camila y Thiago

No importa la edad o la diferencia cultural siempre sucede algo mágico que hace que abrace la maternidad de un modo muy particular.

Camila es mi agente de prensa en Paraguay. Una joven de 19 años, cualquier porteño la miraría y desconfiaría en delegarle semejante tarea, sin embargo nunca pasó por mi mente. Algo en su manera de moverse, de hablar, de ser práctica y manejar varias cosas a la vez hicieron que mi inquietud quiera saber algo más de ella. Camila tiene un hijo de la edad del mío, solo que ella es muchísimo más joven que yo. Le propuse prestarse a jugar este juego de compartir con otras mamás lo que sentimos cuando llegó la noticia. Una noticia que en su caso fue sorpresiva, aunque no extraña. Camila perdió un bebé a los 15 años, su corazoncito había dejado de latir adentro suyo, y un mes mas tarde estaba embarazada de Thiago. ¿Casualidad? Solo llevaba 3 meses de novia y ambos sabían que era difícil lo que se venía, pero en parte este segundo bebé era deseado…

Camila sabe lo que es la mirada inquisidora del sistema, lo que es bajar la cabeza por vergüenza, temor, que se yo… pero también aprendió a levantarla y caminar para adelante. Casi sin conocerla, la definí a ella, su mamá y su hermana como leonas. Esas mujeres que no tienen edad sino instinto de supervivencia.

Cuando su mamá fue al colegio a hablar, la directora prometió mantenerla aunque no sería fácil dado que se convertiría en un ¨mal ejemplo¨ y porque ¨no representaba los valores del colegio¨. Pero volvió al colegio, feliz de que aún podría conservar algo de su vida de 15 años, pero la directora le dijo ese día a ella sola en su despacho que estaba expulsada. Como la niña que era llamó a su mamá llorando, ambas cruzaron el patio del colegio justo cuando el timbre del recreo sonaba. Todos la miraban, ella bajó la mirada como si hubiera hecho algo mal pero mamá leona se lo prohibió ¨levantá la cara y camina que lo vamos a resolver¨.

Su hermana mayor, ya en la universidad, le propuso dejar todo, irse de viaje y volver cuando el bebé ya había nacido diciendo que era suyo. De esa forma, Maca quería ayudar a su hermana a que viva la edad que tenía. Pero este bebé venía a enseñarle algo a Camila, algo que supo más tarde, y decidió enfrentar la situación.

Cursó libre ese año hasta que nació Thiago y después de mucho buscar consiguió un colegio que aceptaba de alumna a una madre soltera. El papá estaba, pero era un jovencito de 18 años también, que estuvo al lado de ella siempre, pero como los novios que empezaban a conocerse de una manera especial: criando a un hijo.

Siguió el colegio, una nana le cuidaba a su bebe y ella y su hermanita Gaby, de 4 años, iban a colegio de mañana. Por la tarde, Gaby cuidaba de su sobrino jugando con él. Sin saberlo, Gaby estaba ayudando a que Camila pudiera terminar sus estudios.

Se recibió con el mejor promedio y con la posibilidad de una beca para la universidad.

Thiago de a poco empezó a querer estar más tiempo con su papá, ambos empezaron a sentir la necesidad de armar el vínculo más allá de las visitas. Hasta entonces Cami siguió de novia como una adolescente más. Sus grandes salidas eran ir a comer un lomito o a ver una peli. Pero ya era tiempo de dar un paso más, se sintieron seguros para formar esa familia que habían empezado sin querer años atrás. Se mudaron a la casa de la mama de Camila.

Ambos estudian, cuidan de su hijo con la ayuda de las otras mujeres de la familia. Camila trabaja, sus horarios muchas veces son una locura pero Thiago los entiende, y Camila también.

Uno puede pensar que esta estructura familiar en la sociedad paraguaya, que todavía es muy machista, es complicada. A eso sumémosle que ellas son Chilenas. Pero estas mujeres no son de ningún lado, son una manada que defienden a sus hijos y que con ellos a cuestas tratan de armar sus vidas. Camila dice que ella es como un auto, ella es la carrocería, su mamá es el motor, sin ella no funcionaría nada. Sus hermanas Maca y Gaby, su papá y su marido, son las ruedas. Y Thiago es el semáforo. Él le marca los tiempos, cuando es hora de frenar, dejar el trabajo y sentarse en el suelo a jugar a los autitos, cuando hay que bajar un poco el ritmo y cuando tiene vía libre.

Llegando al final de la charla me decía que tal vez es una responsabilidad muy grande para un hijo pero entre los dos están aprendiendo a caminar por la vida, ella con sus 19 años, él con 3.

jueves, 30 de junio de 2011

Mariel y Jeremías

¿Ficción o realidad? Los medios, el público y hasta ustedes que están detrás del monitor se preguntarán cuánto de verdad hay en lo que escribo. Y como dramaturga y actriz sería difícil identificar que porcentaje de mi vida hay en cada una de mis obras. Porque además de todo lo que viví (y vivo) me atraviesan millones de historias que tal vez se escapan en un parlamento de algún personaje.

La verdad es que soy Mariel, la mamá primeriza de Jeremías. La que empezó a escribir sobre temas de mujeres mucho antes de tener un hijo. La que tenía como proyecto escribir una obra sobre maternidad y sin querer llegó antes el bebé que la puesta en escena. Pero la historia de cómo nació ¨Madre Primeriza¨ ya la conocen.

A diferencia de mi personaje, yo no leí ningún libro acerca del embarazo y la crianza, le prohibí a todo el mundo hacerme regalos para el bebé antes de que naciera y no quería más que conectarme con el aquí y ahora porque no sabía cuánto podía durar. Hice mucha terapia para disfrutar mi embarazo sin miedo. Yo perdí a mi hermanito (un ángel que me cuida desde algún lado, estoy segura) cuando tenía 10 años. Yo ví todo lo que pasó en su parto, lo recuerdo con lujo de detalles, olores, sonidos, sensaciones. También recuerdo una sensación en el cuerpo estando solas con mi hermana y mi abuela. Una especie de energía que sentí que se fue. Y horas más tarde papá vino con la noticia. También el papá de Jere perdió a su sobrina siendo muy chiquita en un trágico accidente por el que aún hoy estamos esperando justicia.

Los dos estuvimos 8 meses midiéndonos para no preocuparnos por algo que no tenía porqué pasarnos a nosotros. Pero los fantasmas siempre están.

15 días antes de la fecha de parto una ecografía indicaba que Jere pesaba 1,900kg. y el obstetra nos dijo que podía no estar creciendo bien, así que mejor programar una cesárea para el día siguiente y que crezca afuera con la leche de mami.

Ese mismo día me mandaron a la cama, pero yo había soñado con un parto natural, me había preparado para eso, así que como buena inconsciente que soy, me fui a casa, la limpié toda, caminé por el barrio y no paré de moverme hasta que vino el padre. Cocinó algo rico, y se tomó un vino (entero). A las pocas horas entré en trabajo de parto. Con mi marido medio borracho salimos al hospital. Jeremías nació a la misma hora que teníamos programada la internación.

Desde el día que nació, me propuse que Jere tenga una relación con su papá que fuera única… los dejé solitos desde que tenía un mes de vida. Me iba a ensayar, los dejaba de a ratos. Había momentos que sé que su papá me odió. Jeremías lloraba horas y él no sabía qué hacer. Pero no dijo nada, nunca. Solos, entre los dos fueron armando una comunicación que hoy, a tres años, es maravillosa.

Dicen que la familia cuando empieza a conformarse es como una copa, el papá contiene y adentro están la mamá y el bebé. Si la mamá no comparte el papá se queda afuera. Yo decidí que eso no era justo ni para mi hijo ni para su papá. Sé que hay muchos papás que no colaboran, no se involucran, también sé que hay muchas mamás que no quieren que nadie entre a esa copa y les saque a su bebé.

Hoy estamos a punto de cumplir 3 años, él de vida, yo de madre. Creo que la mejor decisión que tomé en este tiempo fue ayudar a Jeremías a que genere un vínculo especial con cada una de las personas que conforman con su familia. Es muy trabajoso, no siempre contamos con las familias que queremos. Pero cuando me siento con él a conversar identifica a cada uno (tio, tia, abuelos, etc) con una actividad. Tiene a la mitad de la familia repartida viviendo en otros lugares del país y del mundo. Pero aún así trabajamos para que de algún modo estén en su vida, formen parte de él.

En fin… esta es una deuda que sentía que tenía con todas las mamás que me leen y con las que comparten parte de su vida conmigo para formar este maravilloso espacio.

sábado, 18 de junio de 2011

Irene

Para resguardar su identidad prometí no poner más que su nombre real. Ni el de su hijo, ni fotos. Solo su testimonio.

La conozco desde hace más de tres años. La cruzo casi todos los días en la esquina de mi casa. Muchas veces busqué su mirada, pero ella y alguna de las otras chicas que paran ahí, me la esquivaron. No me dí por vencida, no por chusma, si no porque ellas están ahí todos los días, o casi todos, son parte del barrio y como vecinas las saludé insistentemente hasta lograr que me miraran a los ojos.

Mi hijo se encariñó con Irene. Primero saludándola, después charlando con ella… hasta que un día se lanzó a upa a darle un abrazo porque hacía días que no la veía.

Desde ese momento se generó una relación especial entre los tres. Cruzar algunas palabras con ella todas las mañanas me encanta, es una mujer con una luz especial y esperé el momento de poder invitarla a tomar mate a casa para que nos conociéramos un poco más. Yo abriéndole las puertas de mi casa, ella las de su vida.

Irene viene de Paraguay, son 12 hermanos. Todos seguidos. Su mamá estaba siempre amamantando a uno y con otro en la panza. Irene recuerda de esa época la cantidad de pañales con diarrea que lavaban en el arroyo. Porque la leche de su mamá embarazada les generaba interminables diarreas a los que aún tomaban el pecho.

El problema es que su papá no quería que la madre se cuidara, así que recién después de parir a su hijo número 12, y a escondidas, decidió ponerse un DIU.

Los recuerdos de su infancia se parecen más a los de una mujer adulta. Ella y su hermana, ayudaban a cuidar a sus hermanos menores. Mamá mataba el chancho con sus propias manos y ellas cocinaban y limpiaban para que esté todo en orden cuando llegara papá. Una llegada que no esperaban, porque eso implicaba que empezara a tomar y repartir golpes a quien se cruzara en su camino.

El único momento de paz, era una vez por semana, cuando montaban en burro y partían al arroyo a lavar la ropa, llevaban un alambre que colgaban para secar la ropa y aprovechaban para bañarse.

A los 15 consiguió trabajo en la casa de una familia. Fue a una fiesta y conoció a un hombre, más grande y muy caballero. Poco tiempo después, su madre mandó un permiso a Asunción para que Irene pudiera casarse. Se embarazó enseguida. ¨Antes las mujeres no hablaban de nada, yo no sabía cómo tenía que cuidarme¨.

El romance duró poco. Su marido empezó a tomar, igual que su papá, y ella era el blanco de los golpes… con panza y todo. Aguantó dos años pensando que iba a cambiar, hasta que decidió que ella se había escapado de su casa por un golpe y no iba a quedarse en esa otra casa recibiendo el mismo trato.

Consiguió atender la cantina de una escuela y con esa plata empezar a levantarse sola. Aunque la necesidad de cariño la llevó a darle una nueva oportunidad a su marido. Él prometió cambiar, pero esa misma noche, después de conversar sobre lo que a ella le molestaba, él tomó y la golpeó con más fuerza aún recordando cada una de las palabras.

No le dió más oportunidades. Siguió sola adelante, con su hijito y con muchos otros adoptivos que iba a comer a su bar en la escuela.

Un tiempo más tarde volvió a enamorarse y tuvo otro hijo más, pero a diferencia del primero, que era un chico obediente, colaborador… este segundo era más rebelde y se negaba a ir al colegio. Irene necesitaba una solución, el más grande ya estaba encaminado, pero el chiquito le daba miedo. Así que su hermano le ofreció una casa en Buenos Aires y se lo trajo para acá.

Y otra vez empezar de cero, con dos criaturas. Trabajó en casas de familias, pero de golpe se quedó sin nada y había que pagar las cuentas de la casa y dar de comer a los chicos.

Una amiga le propuso venir a la capital, le dijo que no era un buen trabajo pero que había plata.

Irene no le pone nombre a lo que hace. No hace falta, ella sabe que yo lo sé, y a ella le duele nombrarlo. Es su secreto más grande. Nadie supo en estos seis años cómo gana plata mamá. Solo saben que sale muy temprano de Bella Vista y viaja en tren casi una hora hasta la esquina en la que para. Alrededor del mediodía se va a la casa, lava la ropa a mano, como en aquel arroyo en Paraguay, y dice que eso y ordenar la casa la ayudan a no pensar en lo que hizo durante la mañana.

A la tarde va al colegio, quiere terminarlo. Y a la noche cocina para el más chico de sus hijos o visita a sus nietos primerizos. Su hijo más grande terminó el colegio, estudió un oficio y es la mano derecha de un arquitecto. Se le llena de luz la cara cuando habla de él. Tiene su casa, su esposa y una hija hermosa que nació con problemas del corazón pero que de a poco va mejorando.

Ahora que sus hijos son grandes, Irene tiene dos sueños contradictorios. Por un lado quiere volver a Paraguay, como si estar allá la ayudara a dejar atrás estos seis años de secretos y de una vida que no eligió, pero que la ayuda a llevar plata a casa, darle una mano a sus hijos y hasta mandar plata para su mamá, que a los 80 años trabaja cosiendo para los vecinos, así puede mantener su granjita y su marido. Ese que tantos disgustos le dió, pero que hasta hoy (y siempre) seguirá siendo su marido.

Su otro sueño es volver a trabajar en una casa de familia en Buenos Aires, cerca de sus hijos; limpiando, planchando, cualquier cosa menos esto….

Cuando Irene se fue de casa no pude evitar que se me cayeran algunas lágrimas. Conozco muchas ¨Irenes¨, su vida no me sorprende y aunque vea que la cuenta con tanta entereza, sé que es la coraza que necesita para subirse al auto de un desconocido todos los días y poner su cuerpo al servicio de otro. Y su sueño no es tan distinto de eso que está haciendo ahora, porque agacharse a fregar los pisos de una casa que no es la tuya también es estar al servicio de otro. La diferencia es que ese trabajo ella lo puede nombrar, lo puede disfrutar. Le gusta cuidar chicos… se nota, mi hijo la adora, corre a sus brazos, le pide de ir a su casa y le cuenta cuando se cae para que ella le haga un mimo.

Los dos padres de sus hijos nunca más aparecieron. Ellos tampoco preguntan. Saben que mamá hizo el trabajo por los dos. Pero la enorgullece lo buen padre que es su hijo primerizo. Sabe que hizo su trabajo bien. Lo sacó a su hijo de una casa y un vínculo violento, cosa que su madre nunca pudo lograr. Ese es su mayor orgullo. Ese es el ejemplo para muchas mujeres que por miedo se quedan atadas a un matrimonio violento. Agarró a su hijo y salió a defender la vida.

Desde ese mate, cuando la saludo a Irene, deseo con todas mis fuerzas que su deseo se cumpla y pueda elegir su vida y abandonar esto que le tocó.

viernes, 17 de junio de 2011

Adriana y Manuel

Adriana está estrenando título, y como buena madre recién recibida todas las emociones están aún a flor de piel, por eso nos pareció que su relato es entrañable porque nos va a hacer revivir a todas ese mágico momento en el que nuestros hijos/as vinieron al mundo.

Adriana y su pareja decidieron pocas semanas después de enterarse de la noticia de la llegada del bebé, que querían tenerlo en casa. Básicamente la idea del parto humanizado los movilizó a buscar información, la única duda que rondaba sus cabezas era que pasa en caso de una emergencia. Pero fueron a la primera charla, esa duda desapareció, y la idea de compartir un espacio con expertos y otras mamás desde el comienzo del embarazo les pareció muy movilizador.

Una vez por semana la pareja iba a un curso, en donde hicieron trabajo corporal y se conectaron ambos con la panza y ese pequeño ser que estaba por venir. Otro día, solo las mamás iban al taller para seguir moviendo su cuerpo y además aprender los lugares que ocupa el bebe y cómo nuestro cuerpo se va adaptando a esa pequeña presencia.

A pesar de estar ocupada con su trabajo y con todas estas actividades que hizo para generar un vínculo con su bebé, el embarazo a Adri se le hizo largísimo. Tanto, que el día que rompió bolsa se sentó a tomar mate y sacarse fotos con la panza, porque sabía que podía pasar mucho tiempo hasta que el bebé naciera.

Adriana llamó a su mamá, que estaba invitada a presenciar el parto ya que les contaron que si ella iba a cuidar a Manuel el vínculo que se generaba en el parto era muy grande.

Las contracciones se hicieron más fuertes y Adri se metió en la bañadera mientras su pareja llamaba a la partera. ¨Lo que es impresionante es que cuando la contracción pasa, el dolor desaparece por completo. Lo único que me dolía mucho era el sacro. Estuve mucho tiempo en la bañadera hasta que las contracciones se hicieron más fuertes y quise salir. La partera y el obstetra vienen con un banquito tipo herradura y me senté ahí a esperar. Hasta que de golpe sentí que me hacía caca, es la misma sensación.¨

Es verdad, no conozco madre que no lo sienta, algunas no lo dicen porque nos da vergüenza, pero nos damos cuenta que el bebé va a venir porque es igual que cuando queremos ir al baño después de mucho tiempo no haber ido…

Se fueron al living de la casa, Adri se apoyó en su pareja, abrazada, en cuclillas y empezó a pujar. La dejaron tocar la cabecita y ese pujo la mató de dolor, sintió que no iba a poder seguir, pero respiró profundo e hizo un último intento. El papá se agachó a recibir a su hijo, Adriana se sentó, y Manuel se apoyó sobre la panza de su mamá. Una vez cortado el cordón, por papá, Manuel reptó hasta el pecho de su mamá y se prendió durante una hora.

¨Nadie me explicó nada de lactancia y como todos estaban copados con que Manuel había tomado 1 hora seguida… y el pediatra nos dijo que no hay que estar pendiente del reloj… yo le dí.¨

Cada vez que Manuel tomaba, estaba una hora en cada pecho. Adriana no sabía como sacarlo, así que, como en un dibujito animado, lo tironeaba junto con su pezón hasta que él la soltaba. Nadie le había enseñado el truquito de meterle el dedo para engañarlo y no tener que someter a su cuerpo a esa agresión del tironeo. A la semana, las tetas de Adriana estaban llenas de moretones, y cuando la revisaron las grietas que tenía no eran las comunes: ¨estrelladas por hipersucción, imaginate por el nombre como las tenía.¨

Casi un mes más tarde, cuando finalmente la derivaron a una puericultora, se enteró que durante el embarazo podría haber hecho muchas cosas, pero nadie se lo dijo. Una amiga le contó que si te pasas un cepillito en el pezón lo vas preparando, su amiga no aguantó el dolor (yo no pasé ni de intentarlo, solo ver el cepillo cerca de mi teta me dio pánico). Pero Adriana lo hizo para que su hijo pudiera disfrutar de la lactancia y ella también. La puericultora le contó que en lugar de haber preparado el pezón, lo que hizo fue dejar la pielcita como nueva. Es más, las secreciones que nos salen del pecho cuando estamos embarazadas para ir armando una capita, ella las sacó todas.

A los tres meses pudo empezar a disfrutar de la lactancia. Los primeros tres meses que son tan importantes para mamá y bebé, que se están conociendo, conectando, esos tres meses fueron una puesta a prueba. Hay mamás que no resisten, por angustia, dolor…

Adriana le dijo a su obstetra que fue maravilloso el parto pero que sintió una falta de información y contención con respecto al tema de la lactancia ¨pero no me escuchó, fue como si fuera un comentario molesto.¨

domingo, 12 de junio de 2011

Sandra y Guadalupe

Sandra no es una mamá primeriza estrenando título. De hecho, Guada tiene ya 20 años. Pero encontrarme con ella fue para mí fue un acto de amor inmenso, ella me abrió las puerta de su historia para ayudarme a entender aún más lo importante de luchar contra el silencio.

Sandra buscó a su hija, sentía que su cuerpo le decía que ese era el momento de quedar embarazada. Y no pasó mucho tiempo desde que se sacó el DIU hasta que llegó la noticia. Hasta ese momento, Sandra trabajaba en una unidad de Terapia de Riesgo y al saber que estaba embarazada le dieron licencia porque era peligroso ese lugar para ella y para el bebé.

Vivió su embarazo a pleno, disfrutando de cada momento. El 31 de diciembre tuvo desprendimiento de placenta, los médicos no llegaban y las enfermeras le decían que no se preocupe, que no pasaba nada. Pero ella veía que la sangre no paraba y llegó a escuchar a una enfermera decir ¨éstas madres primerizas siempre hacen escándalo¨. Por suerte, su primo, neonatólogo, intervino para que el obstetra llegue y le hicieran una cesárea a tiempo. Cuando Guadalupe nació levantó un poquito la cara y la miró fijo a los ojos. No le importa que crean que está loca, recuerda ese momento como la primera conexión entre ellas dos. Yo le creo.

Fueron pasando las primeras semanas, y Sandra parecía obsesionada con esa idea de que su hija la miraba mucho y que todo lo expresaba con los gestos. Después de los primeros meses empezó a parecerle raro que su beba no balbuceaba como los bebes. Lloraba, si, pero mas que eso no decía. Empezó a consultar con médicos, pediatras, neurólogos. Todos le decían que era normal, que algunos chicos tardan más que otros, que no fuera ansiosa.

Mientras Sandra buscaba respuestas a sus preguntas, madre e hija se comunicaban con un saber que no existe en ningún libro. Sandra siempre llevó el carrito de bebé mirando hacia ella. Cuando leían cuentos se sentaban enfrentadas y Guada miraba atentamente a mamá y los dibujos que le mostraba. Sandra insistía en que algo pasaba con su hija. Su madre llegó a decirle que ella recién había hablado a los dos años. Pero esa no era la respuesta que necesitaba escuchar.

Finalmente, después de dos años de visitas reiteradas a consultorios y de muchos análisis, le dieron el diagnóstico: Guadalupe era sorda (como dice Sandra ¨sorda como una tapia, no escuchaba nada de nada¨).

Finalmente obtuvo la respuesta, la que ella siempre supo pero necesitaba escuchar. La etapa del diagnóstico es muy dolorosa, ella no se quedó sentada esperando a reaccionar y en seguida pidió ayuda: psicológica, médica y sobre todo la de alguna mamá que ya haya pasado por lo mismo. Si hay algo que la ayudó todo ese tiempo fue esa mamá con la que una red de vecinos la conectaron. Una mamá que tenía 2 hijos sordos y que la sostuvo, la escuchó y la ayudó a seguir moviéndose como lo había hecho todo ese tiempo.

Lo primero que hizo fue verbalizar lo que hasta entonces no podía porque no sabía con certeza. Su hija era sorda y la gente tenía que saberlo. En el almacén, el quiosco, el supermercadito fue diciéndoles a todos que su hija no contestaba cuando la saludaban, no por mal educada, sino porque no escuchaba. Su misma familia contestaba a esta dura verdad diciendo que por ahí en algún tiempo… pero Sandra no dejaba que terminen la frase. ¨Lo mejor es aceptarlo y adaptarse a esa realidad que te tocó vivir.¨

Lo bueno, según Sandra, es que ella ya venía herida, golpeada por la vida y este nuevo golpe la agarró bien armada para enfrentarlo y no permitirse caer.

Un tiempo después le explicaron que el oído interno de su hija no se terminó de completar durante el primer trimestre. Ese primer trimestre en el que ella trabajaba aún en el hospital. Le dijeron que fue posible que se haya agarrado alguna infección, que tal vez confundió con los síntomas del primer trimestre de embarazo (sueño, cansancio corporal, nauseas). Le pregunté por la culpa y me contestó algo que todavía hoy resuena en mi cabeza: ¨Perder tiempo con la culpa te inhabilita. Si me quedo ahí no estoy haciendo por mi hija lo que tengo que hacer¨.

Guadalupe le quitó la omnipotencia, le enseñó a adaptarse a vivir día a día. A planear a corto plazo. Por supuesto que tuvo que cambiar algunos de sus proyectos, o pasarlos para más adelante. Pero no fue por la sordera de Guada, fue por la maternidad. Cuando llegó el diagnóstico lo que hizo fue empezar a meterse en ese mundo, hasta entonces desconocido.

Cuando escuchaba hablar a Sandra pensaba en dos cosas. Primero en lo importante que es que los médicos aprendan a escuchar a las mamás, que podemos equivocarnos pero la relación que establecemos con nuestros hijos nos da un saber especial, no sobre todos los chicos, sobre los nuestros.

Por otro lado, la miraba y trataba de ver a esa mamá de 27 años golpeando puertas de consultorios intentando ser escuchada, la imaginaba con esa fortaleza haciéndole frente al diagnóstico, no dándose lugar a la culpa, el remordimiento… Esa capacidad que hizo que se conecte con su hija mediante la mirada cuando no sabía lo que pasaba, pudo entender todas estas preguntas que no me animaba a hacerle y me dijo: ¨ Durante más de cuatro años no pude escuchar música. Yo amaba la música clásica, pero no podía permitirme disfrutar de algo que mi hija no iba a poder disfrutar nunca¨.

No hicieron falta más palabras, esa frase bastó para entender a esa mamá de hace 20 años atrás.

¨Como en la vida, en la sordera hay periodos de mucho avance y períodos de estancamiento (con el vocabulario, con las relaciones). Pero si estos períodos los entendemos como un momento del cuerpo y la mente para acumular información se viven con más tranquilidad. No sirve de nada ponerse ansioso o lamentarse, estos momentos son inevitables.¨

lunes, 16 de mayo de 2011

Patricia Y Matilda

No nos conocíamos, o sí. Tal vez tanto tiempo comentando sobre nuestras vidas como madres primerizas a través de una red social nos hizo socias en algo: somos mamás con ganas de hablar.

Patricia me invitó a su casa, después del trabajo. Me recibió con Matilda que jugaba en su cuna. Preparamos unos mates que tomamos entre conversaciones y los pedidos de atención de Mati.

Lo único que sabía de ella es que nunca se imaginó madre, que eso no estuba en sus planes. No quería perder todo lo que había conseguido, sobre todo su individualidad. Pero cuando lo tuvo todo: una casa, un trabajo estable, una pareja, tiempo para el gimnasio, salir con amigos… en fin, tiempo para ella, se dio cuenta que no era feliz. Y pensó que tal vez era el momento de pensar en un hijo.

Los médicos le dijeron que estaba grande (tenía 39 años) y que si no quedaba embarazada pronto tendría que someterse a un tratamiento. Razón suficiente para desistir de la idea. Pero algunos meses mas tarde, en una ecografía de rutina le descubrieron algo. Rezó porque fuera un quiste. Dije ¨no me voy a de acá hasta no saber que tengo. Me hicieron el análisis y estaba embarazada

Le costó mucho hacerse a la idea, ese miedo de perderse, volvió. ¨Esto es para siempre, no podes olvidarte de ser madre.¨

Al ser madre añosa, como la caratularon, le dijeron que el embrión estaba agarrado en una trompa y que era muy probable que no funcione o que haya que operar, aunque si caía para el lado correcto estaría todo bien. En la siguiente ecografía escuchó el corazoncito y el monitor le mostró que todo estaba en su lugar. Se le vino el alma al piso. Recién ahí, al tercer mes pudo empezar a sonreír.

¨Somos cinco hermanos de cuatro padres diferentes. El mío no se quien es.¨

Su mamá la abandono cuando era bebé, se la dejó a una vecina, como niñera tiempo completo. Pero como no le pagaban, la señora la llevó a casa cuna. Por suerte, dice, la pasó por la casa de su abuela para avisarle lo que había hecho y su abuela llegó a recuperarla.

¨Hasta los 5 años viví con mi madrina. La mujer que más ame en la vida, o sea mi mamá. Cuando mi vieja me fue a buscar a la casa de mi madrina para irme a vivir con ella, lo que hizo fue meterme en un colegio pupila.¨

El colegio era de monjas y todavía recuerda las cuatro horas que la dejaban frente a un plato de comida si no lo terminaba. O la oscuridad de las habitaciones, que le daba terror (¿será por eso que casi todas las luces de su casa están encendidas?). Todavía le duele el recuerdo de los viernes a la tarde. Cada vez que sonaba el timbre su corazón latía esperando que sea su mamá que venía a buscarlas. Muchas veces no sonó y se quedó esperando junto a su hermana, sentadas en la puerta, perfectamente arregladas viendo las horas pasar.

A pesar de haberle dado vueltas en su cabeza mil veces, no logra entender como una mamá podía olvidarse de sus hijas. Ni de bebés, ni de grandes. Ni cuando se juntó con un marido que tenía una casa en Pilar y las llevo a ellas a vivir allá. Por la ruta, lejos del pueblo. Para llegar a la casa de una vecina tenían que caminar muchísimas cuadras, no se acuerda cuantas. Pero si se acuerda que su mamá se separó y volvió a dejarlas, pero esta vez solas a las dos en esa casita. Recuerda el miedo que sentían en el medio de la nada. Las noches que prefirieron quedarse con hambre a recorrer el oscuro campo hasta la casa de la vecina que les daba un vaso de leche y pan. Hasta que su hermana mayor, juntó monedas y logró llamar a su abuela para que las vaya a buscar una vez más.

Pero mamá volvió, ahora para llevarlas a Córdoba, con su nueva pareja, y con sus nuevos hermanos.

Las idas y vueltas la agotaron y la llevaron a irse en cuanto pudo de la casa de su abuela, con quien había vuelto a vivir después de la fracasada convivencia en Córdoba.

Cuando su hermana fue mamá, no sintió ningún tipo de conexión con el bebé ni con ella. Nunca hablaron del la falta que les hizo su mamá, ni de cómo ellas sobrevivieron y crecieron en ese ambiente hostil. Ambas le echan a la culpa a la distancia, eso hace que no se vean. Pero en realidad la distancia geográfica no es tanta como la coraza que cada una se armó para poder resistir.

Patricia estuvo enamorada muchas veces, pero de hombres que sabía que no iban a durar. Hasta que con su pareja actual, ella sintió que era el momento de intentar ser mamá. Sin un modelo, con sus miedos y las certezas de no cometer los mismos errores. Desde que Matilda llegó a su vida ella como mujer no siente deseos. Toda su atención esta en la beba, que ya tiene 7 meses. Pero no hay caso, no puede unir a las dos mujeres: Patricia mamá - Patricia mujer.

Parecería que conectarse con un hombre aún hoy, significa perderse. La posibilidad de olvidarse que tiene una bebé que necesita a su mamá.

A pesar de saber que nunca contó con su madre, cuando nació Matilda y los tres meses de licencia se acababan la llamo para pedirle ayuda, no para ella, para su nieta. Su madre vino, estuvo con la beba, logró generar un vínculo como abuela, pero al poco tiempo le dijo a Patricia que tenía que irse. Y de un día para el otro se fue. Como en todos estos años. Y otra vez se sintió sola en el mundo, sin nadie a quien recurrir, y más dolorida aún, porque con esta partida estaba dejando también a Matilda, como cuando la dejo a ella.

Patricia fue bulímica. Como muchas chicas, el vacío que no llena un abrazo, una caricia, unas palabras de aliento, ella lo llenó con comida. Y como el ritual lo indica, después de llenarse y vomitar, para sentir que la culpa es nuestra, para expulsar lo que no podemos decir.

Patricia, es una mujer que logró un montón de cosas, pero no logró que su madre lo viera, que estuviera allí para sentirse orgullosa de ella.

¿Qué manía nos hace quedar atrapadas en las niñas que tuvimos que haber sido y no pudimos? ¿Por qué esa enorme necesidad de esperar que venga mama a darnos un abrazo y decirnos lo bien que lo hicimos? Como si ese beso por el muy bien 10 pudiera recuperar todo el tiempo que no la tuvimos.

Y el hombre, esa figura ausente pero presente. Porque no hubo papá, pero si muchos hombres que cada vez que aparecían hacían que mamá desaparezca. Esa unión que quedo inconscientemente grabada en la cabeza. Ese terror de pensar que si vuelve a conectarse con su deseo sexual puede perderse en ella, como lo hizo su madre.

Solo desea estar con Matilda y darle una familia. Un concepto que irá construyendo a medida que Mati crezca.

Cuando nació Mati, supo que esta iba a ser su única hija. Sabe que solo pude entregarse de la manera que un hijo pide una sola vez, no es por la edad, es por decisión. Con ella alcanza. Hay que aprender a ser mamá y cuando el modelo es tan confuso y doloroso ¿de donde agarrarse? Es como un salto al vacío…

domingo, 8 de mayo de 2011

Lula y Bruno

Lula no es cualquier madre para Madre Primeriza... porque fue la vestuarista de la obra, además de mi amiga. Amiga con la cual sin querer terminamos compartiendo embarazo, nuestros hijos nacieron con un mes de diferencia. Y por supuesto con muchas mas diferencias porque somos distinto tipo de mujeres, de madres y nuestros hijos tambien son distintos, por suerte. Lula se fue a vivir a Uruguay poco tiempo después del estreno de la obra. No tiene internet, así que estas fueron algunas reflexiones que nos mandó después de una tarde de juegos de nuestros hijos y de charla de amigas mamás en un viaje que hicieron a Buenos Aires.

Elegí ser madre… y lo hice en un momento muy particular ya que con mi compañero transitábamos la vida sin pensar mucho en el futuro. Así, con las emociones en ebullición concebimos a Bruno… Desde ese momento fuimos y somos tres.

Esa manera de concebir una vida nos marcó hasta ahora. Bruno cumple tres años en unos meses, tiempo en el que transitamos por distintas casas, dejamos todo, cambiamos de país, de cultura, de vecinos, nos fuimos a vivir al abrigo de la Madre Tierra, literalmente en carpa bajo los árboles mientras construimos nuestra casa. Vivimos en constante movimiento, revolvemos todo, así, como las burbujas en ebullición, las emociones muchas veces nos desbordan.

Buscar y buscar un espacio nuevo donde ser autosuficientes hizo que mis prioridades cambien en profundidad. Profundidad sobre todo a la hora de relacionarme con mi hijo. Empecé a priorizar, sin querer pero queriendo, el tiempo que pasamos juntos y prestar atención a cómo me involucro emocionalmente con él.

Nos animamos a vivir en la naturaleza. Ella nos enseña sobre los ciclos naturales de las cosas, a observar con paciencia su crecimiento, detenernos en los detalles. La vida es más simple y a la vez compleja… no tengo vuelta a atrás en un montón de hábitos que están directamente ligados a ella.

La contraposición naturaleza-ciudad me trae algunos dolores de cabeza pero siento que está bien. Siempre me revelé ante la imposición de las formas. Y lo veo a Bruno así, libre y sin vueltas para decir que no, sobre todo. (dios mío, he creado un monstruo!!!!)

Bruno nos muestra los límites de nuestras aventuras, nos marca una senda, nos ordena, nos protege.

Aprendí que como madre que soy, adulta, responsable de su vida, es necesario recurrir a la paciencia, y que preguntarle qué quiere y necesita no es malcriarlo, sino que es parte de la escucha comprensiva, tratar de que entienda mis no y mis sí (y yo a la vez trato de entender los no y los sí de su padre… mi marido!!).

Es un estado único, a veces raro, pero no son solo valores que vienen de la educación que me dieron mis padres (fui a una escuela de monjas, pero rompí con esas ideas, leí mucho en la universidad), son valores que en una sociedad masiva se pierden bastante, se diluyen en pequeños grupos, no prevalecen. Pero en lugares donde somos 50 personas repartidas en 6 kilómetros, donde todos sabemos más o menos en qué anda el vecino, son valores esenciales.

Espero (utópicamente y no tanto) que Bruno y todos los niños vivan en un mundo lleno de amor. Esa es mi revolución. La armonía con la Pacha me trae paz y paz a mi familia.

La maternidad me exige respuestas que aceleran a veces mis procesos. Y eso me atrae, me mueve, vivo…

Ser madre de Bruno me conecta con un estado de conciencia nueva hacia lo más sensitivo y profundo de mí.

Entonces recorro la casa de mi adolescencia, escucho a Bruno jugar, alguien canta en el jardín. Voy a mojar mis pies mientras lavo este patio que trae olor a damascos de mi madre y rosas chinas. Mi hijo me viene a buscar.

lunes, 25 de abril de 2011

Y asi empezó la cosa...

...cuando me enteré que estaba embarazada ya habían pasado casi dos meses. Un día, ensayando, un actor me dijo ¨recien te miraba y te ví embarazada¨. Por supuesto que lo primero que pensé fue: estoy gorda. Pero a decir verdad no lo estaba.

Y en efecto su comentario hizo que registre que hacía dos meses que no me venía…Me compre un test de embarazo, pero quedó algunos días olvidado en el estante del baño. Hasta que una mañana, a las 7, entré a ducharme y justo antes de hacer pis lo vi. Así que dormida como estaba, pillé en el tarrito y dejé la tirita apoyada mientras me preparaba para bañar. Pero a los pocos minutos la tirita marcaba furiosa un positivo y mi cara de asombro no podía moverse de ese recipiente repleto de pis… le grité como una loca a mi marido, que dormido apareció en el baño sin entender absolutamente nada.

Llamé a mi familia al instante para contarles la noticia. Mi mamá me dijo que era muy temprano para hacer ese tipo de chistes y me cortó. Mi papá les gritó a mis hermanas que estaba embarazada y solo gritaron un ¡ que bueno!. En cambio mis suegros lloraban de alegría al otro lado del teléfono.

Ese día y varios días más estuve en shock. Me invadía la sensación de que no estaba preparada para ser mamá, para cuidar de una personita… pero sobre todo, no estaba preparada para compartir mi vida. Aún hoy me siento egoísta al pensarlo, pero tener un hijo implicaba para mí la pérdida de mi libertad, y no tenía idea de si estaba preparada para eso.

Luego de tres meses de embarazo, empecé a escribir un diario. Me gustó la idea de pensar que algún día mi hijo lo leyera y entendiese un poco más lo que significa ser mamá.

Ese diario se convirtió en blog, en obra de teatro y en guión de cine. Por supuesto, mezcla de ficción y realidad pero allá estamos los dos, de algún modo.

Cuando ¨Madre Primeriza¨ se estrenó empecé a relacionarme con otras madres de un modo muy especial. Me hice confidente de mujeres a las que no conocía y con las que no tenía nada en común más que ser madres por primera vez. Se me ocurrió que esa necesidad de hablar, de no sentirnos solas nos pasaba a todas… y por eso empecé este diario.

Es un camino muy personal, un recorrido desde mi maternidad conectada con otras maternidades que me atravesaron y que me atraviesan.

Están todas invitadas a participar de esta aventura…