domingo, 8 de mayo de 2011

Lula y Bruno

Lula no es cualquier madre para Madre Primeriza... porque fue la vestuarista de la obra, además de mi amiga. Amiga con la cual sin querer terminamos compartiendo embarazo, nuestros hijos nacieron con un mes de diferencia. Y por supuesto con muchas mas diferencias porque somos distinto tipo de mujeres, de madres y nuestros hijos tambien son distintos, por suerte. Lula se fue a vivir a Uruguay poco tiempo después del estreno de la obra. No tiene internet, así que estas fueron algunas reflexiones que nos mandó después de una tarde de juegos de nuestros hijos y de charla de amigas mamás en un viaje que hicieron a Buenos Aires.

Elegí ser madre… y lo hice en un momento muy particular ya que con mi compañero transitábamos la vida sin pensar mucho en el futuro. Así, con las emociones en ebullición concebimos a Bruno… Desde ese momento fuimos y somos tres.

Esa manera de concebir una vida nos marcó hasta ahora. Bruno cumple tres años en unos meses, tiempo en el que transitamos por distintas casas, dejamos todo, cambiamos de país, de cultura, de vecinos, nos fuimos a vivir al abrigo de la Madre Tierra, literalmente en carpa bajo los árboles mientras construimos nuestra casa. Vivimos en constante movimiento, revolvemos todo, así, como las burbujas en ebullición, las emociones muchas veces nos desbordan.

Buscar y buscar un espacio nuevo donde ser autosuficientes hizo que mis prioridades cambien en profundidad. Profundidad sobre todo a la hora de relacionarme con mi hijo. Empecé a priorizar, sin querer pero queriendo, el tiempo que pasamos juntos y prestar atención a cómo me involucro emocionalmente con él.

Nos animamos a vivir en la naturaleza. Ella nos enseña sobre los ciclos naturales de las cosas, a observar con paciencia su crecimiento, detenernos en los detalles. La vida es más simple y a la vez compleja… no tengo vuelta a atrás en un montón de hábitos que están directamente ligados a ella.

La contraposición naturaleza-ciudad me trae algunos dolores de cabeza pero siento que está bien. Siempre me revelé ante la imposición de las formas. Y lo veo a Bruno así, libre y sin vueltas para decir que no, sobre todo. (dios mío, he creado un monstruo!!!!)

Bruno nos muestra los límites de nuestras aventuras, nos marca una senda, nos ordena, nos protege.

Aprendí que como madre que soy, adulta, responsable de su vida, es necesario recurrir a la paciencia, y que preguntarle qué quiere y necesita no es malcriarlo, sino que es parte de la escucha comprensiva, tratar de que entienda mis no y mis sí (y yo a la vez trato de entender los no y los sí de su padre… mi marido!!).

Es un estado único, a veces raro, pero no son solo valores que vienen de la educación que me dieron mis padres (fui a una escuela de monjas, pero rompí con esas ideas, leí mucho en la universidad), son valores que en una sociedad masiva se pierden bastante, se diluyen en pequeños grupos, no prevalecen. Pero en lugares donde somos 50 personas repartidas en 6 kilómetros, donde todos sabemos más o menos en qué anda el vecino, son valores esenciales.

Espero (utópicamente y no tanto) que Bruno y todos los niños vivan en un mundo lleno de amor. Esa es mi revolución. La armonía con la Pacha me trae paz y paz a mi familia.

La maternidad me exige respuestas que aceleran a veces mis procesos. Y eso me atrae, me mueve, vivo…

Ser madre de Bruno me conecta con un estado de conciencia nueva hacia lo más sensitivo y profundo de mí.

Entonces recorro la casa de mi adolescencia, escucho a Bruno jugar, alguien canta en el jardín. Voy a mojar mis pies mientras lavo este patio que trae olor a damascos de mi madre y rosas chinas. Mi hijo me viene a buscar.

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